Existen distintas maneras de abordar a las momias en Japón. La forma tradicional y post mortem que caracteriza a las momias en un concepto generalizamo mundialmente o la forma que trae el Sokushinbutsu (). Este última forma parte de una tradición del budismo del norte de Japón(Yamagata山形県). Y existe, también, la manera de Shimada.

Este autor buscará una veta moderna y más compleja que la original. Es necesario pensar las implicaciones que el proceso de momificación por medio del ascetismo budista trae consigo: la gran complejidad ideológica y religiosa que la momificación acarrea: ser momia es distanciarse del cuerpo, de su valor como utilidad y buscar el punto máximo de la fé. Adaptar esta idea a los tiempos que corren resulta un desafío dentro de cualquier circunstancia, pero en las manos de Shimada, y trabajando las circunstancias del Japón actual, este procedimiento logra complejizarse aún más. En el cuento Me convertiré en momia (Me convertiré en momia de Masahiko Shimada, Ed. Atalanta) el lector puede ver paso por paso, día a día, decisión a decisión, aquellos puntos que definen el proceso de momificación de un hombre. La momificación no se detiene en un suicidio, sino que va más allá: el hombre (por medio de un diario) nos deja asentado día a día como se acerca a la muerte, conciente, mide sus distancias, sus efectos y, ya inconciente, se dispone a la irremediable agonía y muerte.

Convertirse en momia será un proceso de crecimiento para el hombre, a tal modo que será el mayor proceso de conocimiento con el que se pueda enfrentar. Todo de lo que esto resulte será positivo, hasta la misma muerte. Asociado con la visión social del Japón actual, este hombre presentará una indiferencia total con su muerte, su sufrimiento y su agonía. De misma manera, no presentará ataduras notables con las distintas estructuras sociales que se presenten: carece de amigos, familia y lazos amorosos.

Este hombre, pronto a ser momia, llegará al final de su conversión con un conocimiento superior sobre los límites de su cuerpo y la supervivencia. Envuelto en el más sencillo (y, también, el más distanciado de la concepción cultural del Japón actual) paisaje: una choza perdiad en el bosque. Y así quedará su cuerpo suelto en esa choza, siendo descubierto por extraños que pasaban por casualidad y que encontraran su testimonio, su testamento, su sufrimiento relatado para aquel que quiera leerlo, sufrirlo y experimentar una muerte voluntaria.

Yasunari Kawabata (1899-1972) fue el primer autor japonés en recibir reconocimientos en forma nacional e internacional (incluyendo el Premio Nobel de 1968). A partir de la construcción de Kawabata como figura central de la literatura japonesa y representante nacional, se otorgó una valorización a una escuela literaria que surge de la más clásica de las tradiciones: la fundanda por Murasaki Shikibu y el Genji monogatari.
Así, Kawabata encabezaría la vertiente masculina de esta tradición (que anteriormente mencionamos en el caso de la aparición de Kenzaburô Ôe). Entre sus ejes se destaca el ejercicio deremarcar los usos y costumbres que realzan la cultura de Japón. Kawabata será reconocido como un referente para lo que será la conceptualización de la literatura, el arte y la cultura japonesa por medio de una tradición que tiene origen en el año 1008 (año de la primera edición del Genji monogatari).
País de nieve (雪国 Yukiguni) será un gran ejemplo del camino que sigue Kawabata para mostrar e intensificar una tradición donde los valores de belleza, perfección, introspección y desamor. La destacada desolación de los paisajes invernales japoneses mostrará los viajes de un joven a Niigata (la ciudad a la que visita es la que le dará el nombre a la novela) y visita a la misma geisha en cada ocasión: Komako, una joven aprendiz de geisha que está basada en una geisha que conoció Kawabata llamada Matsuei(まつえい). Así, la relación huesped-geisha dará como fruto un amor extraño dividido por la distancia y la familia.
Si bien uno puede pensar en esta novela como la escritura de una experiencia de un hombre y su amor más allá de las estructuras familiares, que parecen dominar su existencia sólo en el ámbito de la ciudad; es fundamental pensar en lo que esta novela propone: el amor que no se explica, que no se nombra y que solo existe en las palabras de conversación entre dos personas. Los tiempos cambiaron, eso es cierto, pero el Genji monogatari relata episodios amorosos de Genji dónde el amor se desarrolla en los espacios más pequeños, en los elementos más insospechados: la caligrafía de una carta, el perfume que elabora un amante, la respiración, el rozar de la mano en el cabello. Para comprender todo esto es fundamental pensar que katarau (語等宇) es el verbo que define conversar en japonés y que, antiguamente, también se usaba para referir a otras intimidades de la pareja.

Reconozco como constante mi interés por la ruptura que llegó de la mano de Kenzaburô Ôe a la literatura japonesa. Sin embargo (esquivandolo convenientemente), la primera y sustancial referente de la influencia de Kenzaburô en la corriente femenina de la literatura japonesa (onna de) es Yôko Ogawa (1962-). Los contactos entre Ôe y Ogawa son reiterados y explícitos, sin ir más lejos podemos ir al punto que aquí nos reune: El embarazo de mi hermana (Ninshin karendaa, 妊娠 カレンダー).
Esta novela de Ogawa fue de gran impacto por dos aspectos: Recibió el premio Akutagawa, el más prestigioso de Japón; y generó un movimiento editorial que se vio reflejado en los medios del país, debido a que el título de la novela daba a pensar en un diario de embarazo naif.

El embarazo de mi hermana tiene un lineamiento claro que lo asocia indefectiblemente con Una cuestión personal (個人的な体験, Kojinteki na taiken) de Kenzaburô Ôe. La crudeza de sus historias se funda, en primera instancia, en una formulación de la familia como un ente reducido y asilado de otras familias. En instancias posteriores podemos observar la costumbre permanente del silencio, fundada en una introspección que lleva a recordar cuestiones anteriores relacionadas con la liviandad y lo anecdótico. Y en última instancia, nos encontramos con aquello que, en lo profundo, condena al ser humano y lo somete bajo las extrañas cualidades que lo identifican y conformas: la maldad (o negligencia) que conlleva a la muerte.
La tradición canónica de la belleza en Japón ha sido (y será) una constante en el estílo de su literatura. Autores como Kenzaburô y Ogawa forman parte de una línea de ruptura de ese estílo y tradición: crudeza, cotideaneidad, realismo, sentimientos reales agobiados por una carga social y cultural que los supera. El hombre que se encuentra en la encrucijada que alguna vez se encontró Japón: reformular una postura cultural para diseñar una modificación posterior a una tradición que se mantiene en movimiento, a un ser que se mantiene en movimiento.
Hace poco tiempo la editorial Tusquets editó un nuevo libro de Haruki Murakami: De qué hablo cuando hablo de correr. La incesante costumbre de editar uno tras otros los libros de Murakami (sin lugar a dudas, por el éxito en sus ventas) ha generado que sus obras se editen en forma dispar e indiscriminada. De todas maneras la venta de estas es sostenida y garantiza una buena inversión en sus ediciones hispanas.
Ahora bien, el caracter literario de este libro es menor ya que, casi como si se tratará de mera propaganda de bienestar social, el libro habla del intenso e inmenso deseo de correr que tiene Murakami. Las justificaciones de esta afición (decir hobbie parece un error después de haber leido el libro) son numerosas, pero Murakami no deja de explicar como todo lo que envuelve a correr hace que su vida sea más llevadera y sea completamente natural. Del mismo modo, este ejercicio se complementa con su ejercicio literario y, en cierta forma, va a la par de su carrera literaria: inesperadamente se fue acercando al profesionalismo.

Está cuestión de lo natural y el mens sana in corpore sano me recordó a Yukio Mishima, quien en sus épocas más gloriosas desarrolló un gusto por el fisico culturismo y el cuidado corporal que lo llevo a pensar en eso tanto como en lo literario. Ambos han vivido bajo el espacio en el que el cuidado del cuerpo va de la mano con el cuidado del intelecto. Y los desarrollos de los mismo conforman al hombre completo y, también, lo acercan a la tradicional escuela de pensamiento del 武士道 (Bushidô) largamente resagada.
Vale aclarar que este libro viene con una contraindicación que no figura en ningún lado: hace un recuento sobre distintas obras desde sus origenes y que, en gran parte, no tienen edición en español (Pinball, 1973, Underground o Dance dance dance, por ejemplo). Así, el lector se encuentra en la encrucijada de leer aquello que ni siquiera conoce por nombre pero que parece fundamental para la lectura de este libro.
No es un libro fundamental en el conjunto conceptual Murakami, sin embargo ayuda a crear ciertas lineas de constelaciones entre algunas de sus obras y, sin lugar a dudas, dan ganas de correr.

Leer a un autor como Yasutaka Tsutsui (1934-) es leer un Japón que uno no piensa que existe bajo ningún concepto. Tsutsui cuenta en su haber con la mayoría de los premios disponibles en Japón para literatos y especialistas en ciencia ficción, contando con numerosas adaptaciones a cine y anime. Su obra es una monumental acumulación de historias que van yendo y viniendo en distintas formas y métodos, pasando por el surrealismo, la ciencia ficción, el policial y más. Y seguramente sea mencionado por estos pagos en reiteradas ocasiones.
En este caso, voy a hablar de 最後の喫煙者 (Saigo no Kitsuensha o El último fumador). La trama está un poco cantada desde el título, sin embargo incluye detalles que son increibles por su verosimilitud y aplicación real. La historia presenta a un escritor distanciado de cualquier situación social, por decisión propia, que sigue detalladamente como los movimientos por los derechos de los no-fumadores van aumentando su impetú en su lucha. Así, se les van uniendo distintas áreas gubernamentales y sus objetivos se van cumpliendo. Cada día que pasa los fumadores son perseguidos y acechados en distintos lugares, sufriendo: discriminación, escraches públicos, acecho de los más extremistas del movimiento, etc.
Hasta no sufrirlo en carne propia, el escritor se mantiene distanciado. Una vez que lo afecta, será un activista en la lucha pro-tabaco. Cuando la persecución se intensifica, los militantes y las fuerzas militares van avanzando sobre los fumadores quemando sus casas y matandolos sin piedad.
La historia nos lleva por lugares sin nombre hasta llegar al Parlamento. Allí está él. Sólo. El último fumador vivo. Espera la muerte, el ataque, la última estocada, en cualquier momento. Enciende otro cigarrillo y escucha una voz que dice:
-¡Sólo queda uno! ¡Sólo queda uno! –gritaban unos manifestantes (...) - ¿no es así? Pero entonces será ya muy tarde. Y qué pérdida tan terrible sería, porque en estos momentos es una preciada reliquia de la Era del Tabaco. Deberíamos convertirlo en una especie rara protegida por la ley, un tesoro viviente que deberíamos preservar. Señoras, señores, ¿nos brindarán su ayuda? Repito. Somos la Sociedad para la Protección de los fumadores, creada en el día de hoy con carácter urgente.

El ya fumador/escritor (sus dos características son imposibles de discernir) encuentra el lamento en la resolución de conservarlo como especie en extinción. Se imagina sufriendo la soledad, numerosos experimentos y hasta los intentos de procreación para conservar a los suyos. la ironía es tan profunda como su carácter real: las sociedades empujan y llevan al conflicto, para después intentar resolverlo por medio de la pasividad.
La crítica es dura, contundente, y nos habla de un Japón que sufre, como cualquier otro lugar del mundo, la inclemencia de las diferencias entre los hombres. Y este es solo un cuento de Tsutsui.

Considero una sabia decisión dedicar el primer post "en serio" a algo que tiene una significación profunda en lo social, cultural y religioso de Japón. Basicamente, un Torii marca la entrada a un lugar sagrado y están ubicadas en el camino a los altares Shinto (sandô), aunque también se le ha dado connotaciones no tan cercanas a lo religioso.
Brevemente, está es la estructura de un torii:
Ahora, pensando rapidamente en dónde puedo encontrar un torii en la literatura japonesa para tener algo que contar, me doy cuenta que, más allá de alguna mención en los intrincados paisajes de Kawabata, no recuerdo mención alguna. Y ahí me golpea el recuerdo de algo que no tiene que ver con nada de lo que escribo, pero si merece ser contado: Kappa.


Los Kappa (河童) o Gataro (川太郎) son criaturas mitológicas japonesas que son una mezcla entre tortugas, lagartos y humanoide del tamaño de un niño. Se distinguen por ser muy educados (de acuerdo con el código japonés) y maliciosos (suelen ser caracterizados comiendo niños, chupando sangre y espiando señoritas). Mi recuerdo de los kappa no es una mera demostración de un conocimiento inútil, sino que hace referencia a la novela corta Kappa de Ryûnosuke Akutagawa.
Esta pequeña gran obra relata la historia de un hombre que, en la persecución de un kappa, termina cayendo en su mundo. A partir de ahí, el narrador cuenta y enumera las costumbres de los kappa, sus modos, su lenguaje, su sufrimiento y vida.

Creo que lo mejor para contar de esa obra, es cuando el narrador habla del parto de las mujeres kappa que, mientras están dando a luz, el padre se acerca al vientre y le pregunta al pequeño kappa si quiere nacer. En el caso que relata, el nonato kappa decide no nacer en un mundo como ese y prefiere ser abortado en el momento.

Es cierto, cuando Akutagawa escribió este libro corría 1927, comenzaba a sufrir de demencia y a tener alucinaciones visuales y auditivas. Kappa muestra a un hombre en crisis, a un hombre que no se reconoce en la sociedad, en su humanidad. Así, al volver con los seres humanos dirá que los kappa lo visitan cada tanto y su vida va de la nostalgia a la ilusión.
La última frase que dijo Akutagawa (antes de que su intento de suicidio tuviera éxito) fue: "Vaga ansiedad (ぼんやりとした不安)", pienso, quizás, de volver con los kappa.
Existen distintas maneras de comenzar un blog. En experiencias anteriores desarrollé un formato similar al de un "manifiesto" para decir aquello que identificaba el enfoqué que esperaba realizar o una sencilla presentación de mi persona. Hoy les digo que si quieres saber de mí, revisen Culturero y ese aspecto ya esta resuelto.

Quizás necesite presentación aquello que envuelve a Japón/Jiku: un nuevo espacio, un espacio que me convenció de su perpetuidad en mi mente. Hace años Japón es una constante en mis lecturas, reflexiones y trabajos. Hoy, esa constante es mi realidad: Japón y yo llegamos a un entendimiento. Parte de este entendimiento es plantear mi Japón, ofrecerlo, mostrarlo, exponerlo e invocarlo en textos, en páginas robadas de algunas publicaciones (propias y ajenas), en la identificación constante de un caracter que es propio y distante.

En principio, les dejo un video de la película Dolls (Takeshi Kitano, 2002) que genera el clima apropiado para comenzar este viaje.